Me pregunto cuándo el fuego dejará de estar de tu lado. Ruego para que se apague lo
que arde en tu pecho, bajo tu carne. Te crees aún en posesión de la sencillez y de la
pureza. Aún después de desgarrarme en busca de algo que no podría darte. Todo el
mundo pudo prever lo que nos acechaba y, aun así; ni un grito, ni un aviso, siquiera una
alarma. Nos dejaron marchitar juntos hasta que nuestra podredumbre pareció
molestarles. Claro, oler a descompuesto ya es algo de lo que uno debe preocuparse.
¿Qué hay de todo lo que susurramos a oscuras cuando ni el mismísimo Dios pudo
salvarnos? Y es que, a uno no le salvan si no pone nada de su parte.