— ¡Me lo prometiste, mentirosa!
La niña me mira, pero yo evito que su mirada me atrape. Tengo miedo de que me
envuelva con su furia y tristeza y ya no pueda escapar.
- ¿Dónde están París y Singapur? ¿Dónde están los viajes en tren días y días?
¿Esto es lo que quieres?
No, no, no. Ella no existe. Debo hacer que desaparezca. Cierro los ojos, los aprieto y
permanezco así unos minutos.
— ¡Nadia! ¡Mírame!
Los vuelvo a abrir. Ya se ha ido.
Respiro, me levanto y me visto en el menor tiempo posible. Contemplo el espejo de
mi habitación. No me veo a mí, sino a la niña que era hace treinta años con lágrimas por
las mejillas.
Me alejo de allí, sonrío para convencerme y me dirijo un día más a la oficina.