La Luna

Ana disfrutaba de un lugar privilegiado. Desde ningún otro sitio hubiera podido ver aquella pareja retorcerse hasta el paroxismo. Al conductor a punto de encontrarse con la muerte. A la embarazada radiante, al pusilánime de pasos cortos, al drogadicto calentar sus pupilas en una cucharilla de peltre, al ejecutivo de ojos apagados, al adúltero de mirada esquiva… también podía ver ejércitos y dragones, murallas, rascacielos, y una marabunta de seres diminutos agitando sus miserias…

La noche se acercaba. Algunas luciérnagas encendieron farolas a su espalda. La librería quiso además participar también en aquel juego de luces y reflejos y la luna del escaparate le devolvió su propia mirada henchida de poder y de sueños.