Mario
sueña con capitanear un barco pirata, con surcar las aguas bravas e ignorar
sirenas. Mario sueña con encontrar un tesoro lo suficientemente grande para no
volver a ver a su madre llorar porque necesite dinero. También sueña con ser
piloto de carreras, el más importante y el más rápido. Al menos lo suficiente
para llamar la atención de su padre y que este aparte la vista de la televisión
donde intenta olvidar sus penas.
Mario
ha olvidado cómo se vive y lo que hay más allá de la última habitación del
pasillo de la planta de oncología. No sabe todavía que ha vencido a un monstruo
mucho más peligroso que el kraken y su brillante coche nuevo ya está preparado
para empezar una carrera.
Su
madre le pone un gorro de lana en su desnuda cabeza, llora, pero no de pena; y
Mario lo sabe. Su padre ha dejado de prestar atención a la televisión para
comprobar las ruedas de su silla y Mario lo sabe.
Mario
sigue soñando y cada está más cerca de seguir sus sueños.