Abrí los ojos y contemplé este mundo, en el que viviría por el resto de mis años.
La sala, de color verde claro, estaba repleta de extraños aparatos y de personas con
bata blanca. Yo descansaba en un pequeño colchón mullido y cómodo.
Entre todas aquellas personas con bata había una mujer y un hombre dados de la mano
con una pequeña sonrisa en los labios, mirándome sin parar con los ojos cansados,
eufóricos, pero preocupados, el hombre ligeramente encorvado y con un aspecto
descuidado y la mujer era, simplemente bellísima. Uno de los presentes, más longevo
que cualquier otro hombre de la sala, con unas pequeñas lentes circulares miró a la
pareja, que respondió con un asentimiento coordinado lento, preocupado pero decidido,
entonces el anciano me preguntó: “¿Cómo te llamas?” Después llegó un silencio total,
un tanto dramático, intenso, pero vacío, en toda la sala se intercambiaban miradas
preocupada, e incluso desesperadas.
Y cuando todos empezaron a perder la esperanza, a bajar la cabeza a dejar de mirarme,
cuando se derramó la primera lágrima, respondí: “Mi nombre es V1-D4” entonces del
silencio surgieron gritos de alegría, abrazos, besos y las palmadas que estallaron como
fuegos de artificio en medio de esa tempestad de alegría, euforia y felicidad. El anciano
hombre se acercó a la pareja y le dijo a él: “Enhorabuena señor ingeniero”.