- ¿No acordáis de mí?
Repasó visualmente a todos ellos con esos pequeños y profundos puntos llenos de
vacío que eran sus ojos. Y el surco que marcaba sus labios empezó a moverse.
- Años, he estado años con vosotros, jugando, soñando, escuchando vuestros
problemas, a veces disfrazado de osito de peluche, a veces como muñeca, y para otros como
amigo invisible. Os he dado fuerza para seguir avanzando y superar los problemas, y ahora,
ahora que que sois adultos me borráis de vuestra memoria. Todos habéis roto la promesa que
me hicisteis, todos habéis violado el contrato que firmamos, y exclamáis que no recordáis
nada. Mentira, sois víctimas de vuestros propios miedos. No os acordáis, pero permitirme que
os lo recuerde. Me prometisteis que cuando fuerais adultos trabajaríais para hacer un mundo
mejor, para que las personas fueran mejores personas, donde el planeta que dejemos a
nuestros hijos sea un lugar digno de llamar hogar, ¿y que habéis hecho?, nada, absolutamente
nada. Os habéis centrado en vuestras carreras impidiendo que cualquier atisbo de humanidad
os apartara de vuestro objetivo.
Ahora su memoria había recuperado esos recuerdos. Se acordaban de él, de su ayuda
y del trato. Podían excusarse en que eran fantasías de la edad, pero sabían que era cierto y
que siendo adultos habían cometido los mismos errores que ellos habían sufrido cuando
fueron pequeños.
Y mientras todos estaban cabizbajos, un foco iluminó su mesa y entonces se dieron
cuenta que un asiento estaba vacío.