El golpeteo frenético de mi corazón me asusta. Choca sin remordimiento contra mí, y
me delata. Me ruborizo, tiñendo mis mejillas de escarlata. Y tiemblo. Y en mi tan fuerte
latir, me delato. Como delata mi voz cuando miento.
Y es que estoy mintiendo. Porque yo sí que le quiero. Pero lo niego. Empujo las
palabras para que atraviesen mi garganta: «Yo tampoco te quiero». Se da la vuelta y se
acerca a mí. Cede en mi tez su gélido aliento, pero para mí, es abrasador.
Me agarra de la mandíbula, para besarme, pero me equivoco. Dispara palabras que
atraviesan: «Tú me vas a querer». Cada letra rebota en mi cabeza, y me siento atrapada,
muy atrapada.
— ¿Desde cuándo querer a alguien es una orden? —mi voz se quiebra.
— Pues desde que lo digo yo, tú me vas a querer y punto. Estás tan loca por mí, que harás lo que yo te diga —me susurra con delicadeza en la oreja izquierda.
— ¿Te has vuelto loco? ¿Por qué querría quererte si tú no lo haces? Dices que no te importo, que te vas, y cuando me destrozas, de repente soy útil.
— Pues desde que lo digo yo, tú me vas a querer y punto. Estás tan loca por mí, que harás lo que yo te diga —me susurra con delicadeza en la oreja izquierda.
— ¿Te has vuelto loco? ¿Por qué querría quererte si tú no lo haces? Dices que no te importo, que te vas, y cuando me destrozas, de repente soy útil.
Me agarra y pretende besarme, pero le giro la cara. Y salgo corriendo… Restauro mis
alas entumecidas después de dos años sin volar. He roto los barrotes de mi jaula. He
escapado. Soy un pájaro que vuela en el viento. Y me alzo en un vuelo libre. Libre
como el aire.