Era un día espléndido en el que Celia se iba a pescar con su abuelo. A ella le hacía mucha
ilusión, porque nunca había pescado y tenía curiosidad sobre aquel oficio. Después de un buen
rato, solo llevaban pescados un par de pececillos, de grandes como el dedo meñique.
Celia se aburría un poco pero no quería decir nada. Entonces notó que un pez tiraba de su
sedal, cada vez más fuerte. Cuando se asomó se encontró con una enorme ballena. Celia estaba
preocupada y su abuelo también. Y con razón, porque la ballena finalmente los engulló. Cuando
al cabo de un rato la ballena abrió la boca, estaban cerca de la orilla de una playa. Las personas
que lo vieron les dijeron que la ballena los había salvado, porque el mar estaba lleno de grandes
tiburones que habían despedazado la barca, cuyos restos ya estaban allí sobre la arena.
Al cabo de un rato, Celia notó que le hablaban. Abrió los ojos y vio que estaban ya de
vuelta a puerto. Medio adormilada aún, oyó que su abuelo le decía: "Celia, despierta, que ya
hemos llegado. Te has quedado tan dormida, que ni pescando una ballena te habrías despertado."