Con los ojos tapados

Ana entró en su casa, dejó la mochila en el suelo y preparó la cena con esmero. Colocó muy bien cada detalle de la mesa. Después esperó impaciente a su marido. 

A los quince minutos Marcos llegó, dio un beso a su mujer y se sentó a cenar sin decir palabra. Ambos se miraban, aunque de forma distinta. Ella, con los ojos aún ilusionados por un encuentro que borrara el silencio. Él, con el pensamiento ausente, miraba esquivo el rostro de Ana. 

Mientras los platos se quedaban vacíos, Ella se convertía en una sombra frente a la indiferencia temerosa de Marcos. Cansada de sentirse invisible, se levantó, sacó una cinta negra de la mochila y fue hacia él. 

-¡¿Qué haces?! –preguntó sorprendido mientras todo desaparecía a su alrededor. 

-Por favor, no te la quites – suplicó ella. Voy a esconderme. Si me encuentras, me quedaré a tu lado. 

En ese instante, una corriente de pánico golpeó su cuerpo desgarbado. Perder a Ana sería perderse así mismo, aunque no lo demostrara. Suspiró con fuerza y empezó a buscarla entre la oscuridad. Caminaba despacio moviendo los brazos de un lado a otro. Recorrió toda la casa sin éxito. Volvió abatido al punto de partida pensando en el dramático final que le esperaba. Al llegar a la mesa, puso su mano con desánimo sobre el mantel y descubrió asombrado la mano de su mujer. La abrazó emocionado y la estrechó como nunca. Podía verla con los ojos tapados