Tormenta de colores, cantar bajo la lluvia con paraguas rosa y botas de agua hasta las
rodillas. Un charco enorme. Y todo comienza a fluir ahora. Chubasquero gris, para que
las gotas no calen demasiado. Maquillaje y labios rojos, para abrigar las heridas que un
día consentí. Miedo a perder otra vez, pero también a ganar.
Luego, “La vida es bella”, sofá y manta. Y sentir esa lluvia por todos los rincones de la
casa. Estar a salvo. Permanecer a solas, muy quieta.
La tormenta me despierta y me pongo de nuevo el chubasquero, ese de bolígrafo y
papel, ese que hace que nada de lo que pienso cale demasiado; y escribo hasta que
escampa y en la tierra se filtra y mi corazón se enfría, muy poco a poco. Como líneas
paralelas; igual que aquellas que dibujaba cuando empezaba a aprender que uno más
uno pocas veces podía ser igual a dos. Los minutos que me quedan para chasquear los
dedos y volver al principio. Para volver a sumar. Para empezar a vivir.