Saltó de la cama y volvió a mirar a través del cristal, el paisaje había cambiado tanto
como ella; finalizaba un Invierno demasiado frío, demasiado triste y necesitaba
abrazarla de nuevo y sentir su calor.
Había llegado con las primeras nieves, con el alma rota; herida entre otros por ella
misma, buscando refugiarse del frío que sentía en el corazón, quería confundirse con el
paisaje para pasar desapercibida, perderse para poder encontrarse; añoraba una nueva
vida tan fresca como el aire que le daba en la cara.
La tranquilidad de la Naturaleza fue su mejor bálsamo. Al principio los días pasaban
lentos: escribía algo, lloraba mucho y siempre miraba a través del cristal. Poco a poco,
se atrevió a abrir la ventana para que el viento helado le recompusiera el alma, más
tarde salió de su guarida y recorrió cada día aquella espesura, notando que su corazón,
poco a poco, volvía a latir.
Había dejado de llover, abrió la puerta trasera, la que daba directamente al bosque;
sonrió al escuchar el tímido canto de algún pajarillo; las florecillas silvestres de vivos
colores habían formado una tupida alfombra que llegaba hasta sus desnudos pies, no se
resistió a pisar de nuevo la hierba húmeda; el aire traía olor a lavanda, cerró los ojos y
se dejó envolver por tan dulce fragancia. Estaba preparada para volver a la vida, abrió
los brazos y gritó al viento: Bienvenida Primavera.